Despierto desorientado, sin reconocer el lugar en que estoy, sin recordar cómo he llegado hasta allí ni qué debería hacer en el día que empieza. ¿Habré bebido demasiado? Miro a mi lado y no parece haber señales de que haya dormido con alguien. Entonces, ¿dónde estoy?
¿Qué edad tengo? ¿Cuál es mi nombre? ¿Qué cosas sé? ¿Qué me inquieta? ¿Me queda algo por hacer en la vida?
Llego al suelo y caigo en algo que me parece césped. Abro los ojos y estoy en una especie de columpio infantil, pero no parece tan divertido. Me rodean barras de colores, son amarillas, rojas y verdes, pero me da la impresión de que cambian de color, o de posición, porque cada vez que intento encontrar una salida por una parte, la otra se vuelve completamente diferente.
Intento salir de esa maraña durante horas, voy avanzando a través de ese enredo, pero no parece terminar nunca, y además creo estar perdiendo el sentido de la orientación.
Aquello no parece tener fin. Estoy muy cansado, esta situación me agota, pienso en gritar o en pedir auxilio pero me doy cuenta de que no conozco ningún idioma para hacerlo. Mis pensamientos simplemente están ahí, son totalmente viscerales. En cualquier caso, si intentara pedir ayuda tampoco sabría en qué lengua hacerlo, porque no sé dónde estoy.
Creo que esto no tiene salida. Me rindo. Quizás es demasiado pronto para darse por vencido, pero de todos modos creo que salir de aquí no merece la pena. No sé quién soy, nadie me espera, no tengo nada por hacer, no recuerdo sentir nada por nadie. Además, mi cuerpo sólo puede responderme si estoy cerca de estas barras metálicas.
Lo mejor será quedarse aquí. Me acurruco y siento cómo las barras metálicas se hacen cada vez más flexibles, y se uniforma su color. Ahora son todas grises, con un tono azulado, tienen un tacto agradable y desprenden una luz muy tenue, que me resulta muy agradable ahora que se estaba poniendo el sol.
Realmente estoy a gusto aquí. Es lo único que necesito.
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