martes, 12 de mayo de 2009

Tristeza

Esta historia está pensada para leerse con el tiempo necesario para escuchar la canción. Pulsa el play y no dejes de leer.










Estoy sentado en el borde de mi ventana, viendo las luces que iluminan esta enorme ciudad incluso a estas horas en que todo debería estar durmiendo. Enciendo mi enésimo cigarro en esta noche mientras siento el aire frío en mi cara, que contrasta con la calidez que me llega desde su mirada al otro lado de la habitación.

Mi vida no es nada alegre, nunca lo ha sido, porque desde el principio yo también fui una persona triste. Para los que nacemos con la mirada triste, las alegrías sólo suponen una incomodidad, algo que va en contra de nuestra naturaleza.

Así que esa noche comencé a hablar y a contarle todas mis tristezas. Ella permaneció allí, escuchando, silenciosa, con su vestido blanco que por momentos parecía estar tornándose cada vez más gris. Engullía y engullía cada una de las tristezas que le contaba, las cogía al vuelo y las apretaba entre sus manos, las miraba detenidamente, las giraba, las olía, las disfrutaba, y finalmente decidía hacerlas suyas. Para ella, cada una de aquellas tristezas era valiosa e irremplazable, era una pieza que la hacía cada vez más completa, la engordaba, le hacía más feliz.

Y así estuvimos durante toda aquella noche, yo liberando y ella disfrutando, sin dejar de mirarnos fijamente y sin darnos cuenta de que estábamos cambiando nuestras vidas para siempre. Yo seguía hablando, seguía perdiendo peso a medida que le entregaba mis tristezas, algunas más grandes y pesadas, pero todas ellas restaban un destello en mis ojos. Sin embargo, me sentía más ligero que nunca, capaz de empezar de cero sin mi lastre de infelicidad.

Estaba amaneciendo cuando ella terminó de capturar toda mi tristeza. Se levantó y se me acercó de entre la oscuridad, dejándome ver sus ojos, ahora llenos de amargura, y su vestido, que se había vuelto tan negro como su piel.

Sin decir nada, recogió también todos los recuerdos que se encontraban derrumbados a mis pies, huérfanos de tristezas y de razones por las que existir.

No la volví a ver nunca más. Se fue con mi tristeza y con todos los recuerdos que me ataban a este mundo, así que ya nada me mantenía atado al suelo, y fui tan liviano que no pude evitar caer al vacío desde aquella ventana.

Al menos no puedo decir que perdiera la vida en aquel impacto, porque mi vida ya se la había llevado ella consigo.

domingo, 12 de abril de 2009

Felicidad

Esta historia está pensada para leerse con el tiempo necesario para escuchar la canción. Pulsa el play y no dejes de leer.





Cada vez que sueño contigo te identifico con formas diferentes. En ocasiones me hablas desde el cuerpo de un animal, desde el rostro de un desconocido, o al otro lado de una puerta que soy incapaz de abrir. Pero siempre sé que eres tú, en esa forma o en esa voz aparentemente ajenas a ti. Es extraña la identificación de las cosas en los sueños, en ese mundo en que nada es lo que aparenta, en que nada existe, nada tiene límites y todo toma la forma que queramos dentro de nuestra cabeza.

Ese día te levantas silencioso de la cama y me despiertas cogiéndome de la mano, consiguiendo a duras penas que me levante y siga tus pasos, rápidos y decididos. Entre el sueño y la velocidad a la que caminamos siento que casi estoy volando, sin que mis ojos consigan abrirse porque la luz y el viento no lo permiten, y preguntándome si aún esto es parte de mis sueños o es ya la realidad. No conozco ninguno de estos lugares, ni sé por qué me conduces a ellos si luego no nos detenemos en ninguna parte, sólo corremos y corremos sin parar, sin mediar palabra y sin cambiar de dirección. En ocasiones cuando siento tu mano, que es lo único que me une ahora mismo a ti, no me parece que tenga el cálido tacto de siempre, sino que a veces se me antoja suave como la de un animal, o áspera como la de un leñador, o pequeña como la de un niño. Pero al otro lado de esa mano estás siempre tú, sin mirarme, sólo conduciéndome por esos lugares que están poco a poco haciendo mi pijama jirones.

Te detienes de repente frente a un árbol, rodeado de un profundo surco cuya profundidad te dispones rápidamente a aumentar, cavando en la tierra con tus propias manos, de un modo tan animal que ni siquiera en mis sueños habría podido imaginar. La tierra que hay tras de ti aumenta, mientras tú te hundes cada vez más junto a ese árbol, sin quejarte por las heridas que veo que están empezando a hacer sangrar tus manos, sin mediar una palabra conmigo, y yo permanezco allí todo el tiempo esperando a que termines, sin preguntarme por qué estás haciéndolo, como si aquello fuera de lo más natural.

Para cuando estoy a punto de dejar de ver tu cabeza, oculta por la profundidad del surco, emerges y vuelves a coger mi mano, llenando las mías con tu sangre y con la tierra que has retirado de ese árbol. Bajamos de un salto y me veo rodeada de oscuridad, sólo siento el frescor y la humedad de la tierra, el tacto de tus curtidas manos y tu respiración acelerada a mi lado. Mientras me das un suave beso en el cuello mis ojos empiezan a acostumbrarse a la oscuridad, y veo que frente a mí tengo una maraña de raíces de cuyo interior surge una tenue luz. De nuevo tiras de mí y nos adentramos en ese laberinto, que resulta ser sólo una capa superficial y en su interior está hueco. Ahí hay una amplia habitación con un candil encendido, produciendo el resplandor que yo había visto desde fuera, sostenido por un águila que al vernos llegar empieza a caminar rápidamente, sin volar, adentrándose de nuevo en el otro extremo enmarañado de las raíces. La seguimos entre esos entresijos, que me hacen sentir mi piel arañada y mis pies lastimados, y llegamos a un espacio abierto, en que el águila echa a volar y la perdemos de vista rápidamente.

Estamos ahora en una enorme llanura de hierba verde, que brilla con los rayos del sol y deja ver al fondo las nevadas montañas. Ahí te detienes, me miras y sonríes, justo antes de tirarte sobre la hierba y hacerme a mí también caer. Tumbarme allí fue, para mi lastimado cuerpo, como estar en nubes de algodón, o como sumergirme en agua templada. Siento el hormigueo de mis heridas mezclado con uno de los mayores sensaciones de bienestar que había sentido en mi vida. Me di cuenta de repente de que la felicidad era eso, estar junto a ti y sentir algo tan bueno que contrarrestara cualquier mal anterior.

El tiempo pasaba, quizás fueron horas o quizás fueron días, sólo sé que vi el cielo nublarse y apagar el brillo de la hierba, vi soplar el viento y hacer llorar mis ojos, vi salir de nuevo el sol tan fuerte que me hacía deslumbrarme, vi cómo empezaba a llover y sentí como el agua sanaba mis heridas, y vi también sucederse el día y la noche varias veces, sin hacer nada, cerrando y abriendo los ojos mientras veía cómo tú también a veces los cerrabas y a veces los abrías, y cuando los abrías me mirabas.

De repente, en esa sucesión incontrolable, vi en el cielo azul que se acercaba rápidamente aquel águila que nos condujo hasta aquí, cayendo en picado y deteniéndose a mi lado, que era donde estabas tú, pero ya no estás. Si esto fuera un sueño quizás me daría cuenta de que en realidad ese animal eres tú, como tantas otras veces, pero no en este caso. El águila me mira con sus redondas pupilas sin que yo sepa interpretar lo que quiere decirme. Me mira fijamente y yo permanezco allí tumbada, inmóvil, pero de repente decido moverme porque me doy cuenta de que no sé dónde estoy, porque no tengo ninguna ropa y porque empiezo a sentir mucho frío.

Aturdida, helada y avergonzada comienzo a caminar sobre la hierba, que ahora está amarillenta y seca, y me dirijo hacia aquellas lejanas montañas, con la esperanza de encontrar algo de civilización o al menos un lugar donde resguardarme del frío. De nuevo vi que mis heridas y arañazos sangraban, a pesar de que antes me había parecido que ya no estaban, y cada paso que doy me hace sentir mis piernas cada vez más pesadas, el viento sopla cada vez más fuerte y el cielo se nubla cada vez más. Me dejo caer de rodillas en la hierba ahora áspera, agotada e incapaz de dar un paso más, llorando e intentando verte a lo lejos en alguna parte, repitiéndome a mí misma que aquello no podía estar pasando e intentando encontrar una solución o al menos coger fuerzas para seguir caminando. Levanto mi mirada y veo a lo lejos un árbol que antes no estaba allí, y de repente salgo corriendo hacia él, llena de esperanza y con energías renovadas.

Conforme me acerco, veo que este árbol está también rodeado por un profundo surco y me dejo caer sin pensarlo en su interior, pero en esta ocasión no estás allí tú, ni veo una luz en su interior, pero de nuevo me siento protegida y decido dormir un poco. Al despertar, noté que me acariciaban las orejas, como tú siempre haces, y por eso supe que aquel lobo eras tú, y se estaba abriendo paso entre aquellas raíces, construyendo un túnel largo y espacioso por el que se adentró y al que yo le seguí sin dudar.

Aquel pasadizo era largo, caminé y caminé a oscuras durante horas, sin saber si estábais tú o aquel lobo delante de mí, sin que ninguna luz me indicara que estaba próximo el final. Pero debía tenerlo, porque todas las cosas deben tener un final, a no ser que este túnel recorriera todo el planeta sin conservar ningún contacto con la superficie. De nuevo no siento ningún cansancio, y sólo me detengo al notar que choco con algo, parece ser una piedra, y cuando dirijo mi vista hacia el lugar donde lo he notado veo que hay una apertura desde la que llega alguna luz. Me asomo y no soy capaz de ver el final, podría ser un pozo sin fondo pero parece ser mi única salida, mi única esperanza de no estar eternamente dando vueltas por un pasadizo subterráneo sin principio ni fin. Además me doy cuenta de que estoy sola de nuevo, definitivamente aquel lobo había desaparecido o había sido más rápido que yo. Sin pensarlo más me dejo caer en aquel agujero desde el que viene la luz, metros de caída libre que me hacen sentir un vacío en el estómago y que hacen que me cueste respirar y no pueda abrir los ojos, hasta que caigo en algo blando y que amortigua perfectamente mi caída.

Puedo volver a respirar y a abrir los ojos. Estoy en mi cama, en nuestro dormitorio. Tú estás desnudo durmiendo a mi lado, yo también estoy desnuda y con el cuerpo lleno de arañazos. Aún siento la angustia y el vértigo que me han traído hasta aquí.

De nuevo estoy junto a ti, y siento que esto es mucho mejor que todo lo malo que había pasado.

jueves, 9 de abril de 2009

Soledad

Esta historia está pensada para leerse con el tiempo necesario para escuchar la canción. Pulsa el play y no dejes de leer.











Qué curioso el tacto de la nieve. Parece que se va a deshacer entre tus dedos. Y ese extraño ruido que se oye al pisarla, que no se parece a nada, que es como estar aplastando algo que no es de este mundo, y por eso me encanta. Me gusta tanto que hundo mis pies en la nieve hasta los tobillos, intentando moverlos hacia los lados hasta que empiezo a sentir que se insensibilizan por el frío.

Es mucho más sencillo hacer esto con arena en una playa, pero la sensación no puedo compararla.

Mientras pienso en esto, sentada bajo un árbol que gotea sobre mí porque la nieve de sus ramas está empezando a derretirse, noto que empieza a ocultarse el sol a mi espalda. Es demasiado tarde para hacer nada más por hoy, así que me levanto y me dirijo a casa sin dejar de escuchar ese crujido de la nieve bajo mis pies.

Dicen que lo verdaderamente importante en la vida no es tener un trabajo y una casa, sino que haya alguien esperándote con la chimenea encendida en tu casa al llegar del trabajo. Así que debería entonces darme por satisfecha, por todos los años que he hecho este mismo recorrido y lo he encontrado esperándome junto a la chimenea, a veces incluso con la cena preparada y los niños sentados a la mesa. No viajamos mucho, ni fuimos conocidos en el barrio, ni nos dejábamos ver en la misa de los domingos. Simplemente vivíamos nuestro día a día, una rutina simple pero fructífera, que nos permitía criar a nuestros hijos, construir proyectos juntos y cuidarnos sin necesidad de pedírnoslo.

Ahora que el pelo que cubre mi cabeza es tan blanco como la nieve que hay bajo mis pies, sólo me espera al abrir la puerta una casa fría, y más fría de lo habitual por lo crudo que está siendo este invierno. Sólo me espera un gato también viejo, que se me acerca desperezándose desde algún rincón en que se encontraba acurrucado, y que es lo único que ha permanecido en estos últimos años en que todo ha cambiado tanto.

Te dedicas toda una vida a construir todo tal y como siempre lo has deseado, y cuando todo parece estar en su sitio, empiezan a sobrevenir acontecimientos en los que no tienes capacidad alguna de decisión, que no puedes evitar, que quizás sean el fruto de errores que has cometido en el pasado o simplemente llega el momento en que dejas de decidir y empiezan a ser los demás los que deciden por ti. Como volver atrás, a la adolescencia. Ahora tus hijos deciden casarse, irse de casa, visitarte un par de veces al año para que veas a tus nietos, educar a sus hijos sin que sepan qué hay más allá de una ciudad, separarte de tus recuerdos y mandarte a una residencia en la que nunca quisiste estar. Tu marido también se fue un día sin que ni él ni tú lo pudiérais evitar, en este caso fue una enfermedad la que tomó lo decisión, y el imperdonable avance de la edad.

Pienso en encender el radiador eléctrico que me regaló mi hijo mayor hacer un par de años, diciéndome que podía ser peligroso seguir usando la chimenea cada día ahora que iba a vivir sola. Pero en lugar de encenderlo, vuelvo a salir fuera aprovechando los últimos rayos de luz, y cojo algunos troncos de la leña que tenemos aún acumulada en la caseta que hay en la parte trasera de la casa. Por suerte, la madera no está húmeda y logro encender un fuego sin demasiada dificultad. Me quedo mirando las llamas sin pensar en nada, y me doy cuenta, después de tantos años, de que el sonido del crepitar del fuego me resulta muy similar al que se oye al pisar la nieve.

Sobre la chimenea está nuestro retrato de boda, las fotos de las bodas de nuestros hijos, y una foto tuya que me mandaste dedicada por detrás dentro de alguna de aquellas cartas cuando con dieciséis años estabas haciendo el servicio militar. Cojo esa foto y sonrío al ver esa caligrafía adolescente, que me hace retroceder tantísimos años y recordar tu voz y tu cara entonces, tus charlas con mis padres, mis dobles turnos cuando empecé como enfermera en el hospital, las veces que me llevabas al cine de verano y comíamos palomitas mientras veíamos alguna película en que un monstruo hacía gritar aterrorizada a una chica indefensa, y yo entonces me abrazaba a ti muy fuerte para no mirar a la pantalla. Ahí estaba el comienzo de nuestra historia, lo tengo entre mis manos y en una foto en blanco y negro, y aquí estoy yo sentada en la mecedora, escribiendo el final.

No me parece que haya nada más por hacer en la casa. No sé si el jardín sobrevivirá a estas fuertes heladas, en cualquier caso nada ha vuelto a dar fruto desde que mi marido murió, nunca tuve tiempo para aprender sobre el cuidado de las plantas. Mientras sigo mirando el fuego hipnotizada, oigo el timbre del teléfono que se repite varias veces, pero decido que no merece la pena levantarme para contestarlo. Aunque me cueste reconocerlo, tengo ya una edad avanzada y prefiero quedarme sentada y tranquila junto a la chimenea., no creo que nada que puedan decirme sea lo suficientemente importante. Tengo cada vez más y más sueño, ahora que siento de nuevo mis pies y noto el calor en mis mejillas. Mientras entorno los ojos sigo recordando el nacimiento de nuestros hijos, sus primeros pasos, cuando empezaron a hablar, el primer día en que los llevamos al colegio, sus peleas cuando jugaban en el jardín, las pataletas cuando los teníamos que poner las vacunas, los castigos en la adolescencia, cuando nos presentaron a sus primeras novias. Han sido muchísimos años, por eso no creo que me merezca estar aquí ahora sola, como si no hubiera pasado nada en toda mi vida, como si no tuviera a nadie. Son tristes tiempos para los viejos, para los desposeídos, para los que de repente no tenemos nada.

Conforme más miro el fuego, me da la impresión de que me envuelve, de que me protege, de que intenta decirme algo. Miro por la ventana y veo las casa de los vecinos cubiertas por un gran manto de nieve. Me siento cada vez más cansada, tanto que no puedo evitar cerrar los ojos y abandonarme al sueño a pesar de que tenía pensado antes preparar algo para cenar.

- Jefe, la hemos encontrado, se había dirigido a su casa, como pensábamos. ¡No sé cómo habrá podido caminar todos estos kilómetros para llegar hasta aquí, y con este tiempo!
- ¿Has hablado ya con ella? ¿Por qué lo hizo?
- No jefe, la señora está dormida, voy a despertarla. Pero se la ve tan plácida en su mecedora, abrazada a una foto del marido...
- Despiértala hombre, no te pongas ahora sentimental, que tenéis que volver cuanto antes a la residencia, está comenzando a nevar más fuerte.

(…)

- Jefe... la señora no responde. Están aquí mis compañeros de la ambulancia y me han confirmado que la mujer... está muerta. Por lo visto, le sobrevino un infarto mientras dormía.
- ¡Joder! ¿Cómo no te habías dado cuenta antes? En fin, quédate un momento ahí, intentaré localizar cuanto antes a los familiares para que se hagan cargo del cadáver.

Nunca habría imaginado que iba a morir sola.

sábado, 28 de marzo de 2009

Silencio

Esta historia está pensada para leerse con el tiempo necesario para
 escuchar cada canción. Pulsa el play y no dejes de leer.









Una noche más, llega al trabajo con cara de cansancio. Se pone tras la barra con desgana, apabullado sólo al pensar en todas las horas que le quedan por delante sin hacer prácticamente nada. No suele venir mucha gente a este bar, y menos aún en el turno de noche. El bar lo frecuentan sobre todo aficionados a la pesca y remeros, por estar situado junto al río. Poca gente aprecia la tranquilidad y el encanto de este lugar también de noche, cuando pareces estar sentado en mitad de la nada, en un bosque en que sólo te acompaña el reflejo de la luna en el agua y el tímido vuelo de algún ave desvelada.

Como cada día, allí estaba él, llamémosle Señor Silencioso, sentado en su taburete de piel giratorio, pulsando el play en el mismo recopilatorio de éxitos de los 80, y atendiendo a los pocos clientes habituales. Nada más verles entrar, sabía qué bebida tenía que ponerles. Uno de ellos, el Señor Alargado, comenzó a contarle todo lo que había pasado en la carnicería que regenta en el centro, lo que le permite estar al corriente de todo lo que ocurre en el pueblo.

Esta vez las historias del Señor Alargado eran más extensas de lo habitual, era sábado y había tenido más compradores. Hablaba, hablaba y hablaba, mientras el Señor Silencioso secaba los vasos recién salidos del lavavajillas para disimular su distracción.

Al levantar la vista tras luchar con una mancha de cal especialmente complicada, se encontró con que el Señor Alargado ya no estaba frente a él, ni él estaba en la barra del bar, ni tenía aquel vaso, por fin reluciente, entre sus manos. Ahora tenía delante a su primera novia (llamémosla Señorita Amable) con aquel precioso vestido azul que llevaba en el baile de fin de curso, pero seguía hablándole de aquellas mismas personas y las mismas historias que había iniciado el Señor Alargado. 

Se alegraba de estar allí, no reconocía el lugar, pero siempre era mejor estar sentado en un restaurante con una copa de vino que estar tras la barra de un bar perdido junto a un río. Llegó entonces el camarero para tomar nota, y el Señor Silencioso se apresuró a mirar en la carta lo que pedir, y aprovechar para averiguar cómo se llamaba ese lugar.

Pero cuando levantó la vista para comunicarle al camarero su elección, encontró en su lugar a una enfermera preguntándole qué tal se encontraba hoy. El Señor Silencioso no consiguió articular palabra para contestarle, a pesar de que su mente tenía totalmente claro que tenía que dar una respuesta a esa pregunta. Tampoco conseguía hacer ningún gesto con su cara ni mover ninguno de sus miembros. Sin embargo, la enfermera siguió hablando sin esperar la respuesta, continuando con todas aquellas historias de la gente del pueblo, como si hiciera eso mismo todos los días y como si supiera que al Señor Silencioso le podían interesar. Estaba cansado, todas esas historias hacían que le doliera cada vez más la cabeza, pero estaba encerrado en ese cuerpo que no le permitía expresarse.

La enfermera tenía unas manos firmes y unos ojos muy oscuros pero tranquilizadores, que lo miraban fijamente mientras lo pinchaba con algunas agujas que él decidió no ver. Él prefiere mirarla también a los ojos, por si fuera capaz de comunicarle lo que sentía, sumergiéndose en ese agujero negro que eran sus pupilas. Cuando ella se alejó de la cama y él consiguió salir de esa oscuridad, estaba de nuevo en su bar, de pie y con un revólver en la mano, mucho más frío que las manos de aquella enfermera.

Se acerca a la barra, donde se encuentran el Señor Alargado y la Señorita Amable. Siguen hablando de lo que le han contado hoy los demás. Se asegura de que la pistola está cargada. Detrás de la barra hay un desconocido, que acaba de darle al play al mismo disco de éxitos de los 80 que él siempre pone. Confirma de nuevo que la pistola está cargada. En las mesas, las mismas caras de siempre, clientes bebiendo bourbon o rodeados de pintas vacías mientras hacen un gesto para pedir otra más. Vuelve a asegurarse de que tiene carga en la pistola.

Pero en un rincón oscuro ve a un cliente nuevo, que no recordaba haber visto nunca por allí. Era una mujer de ojos muy oscuros, con una rebeca cubriendo un uniforme de enfermera. No está tomando nada. Sin saber por qué, el Señor Silencioso se acerca y se sienta con ella. No recuerda por qué confía tanto en ella ni cómo ha conseguido tranquilizarlo sin dirigirle ni una palabra. 

Deja el revólver en el banco, junto a él, y se da cuenta de que esta vez sí que estaba todo en su lugar.


martes, 6 de enero de 2009

Sincronías

Esta historia está pensada para leerse con el tiempo necesario para escuchar cada canción. Pulsa el play y no dejes de leer.



Entras silencioso en mi habitación y te tumbas a mi lado. Es una situación embarazosa, pero me agrada. No necesito tocarte, he estado muchísimo tiempo necesitándolo, y ahora que por fin puedo conseguirlo, no lo quiero. Me gustaría haber seguido añorándote, porque ahora podría destruir esa añoranza, podría haber terminado esta historia con un cierre triunfal.

Pero no ha sido así, como siempre todo pasa a destiempo y cuando ya ha conseguido antes destruirme. Puede ser culpa de mi impaciencia, me dedico a perseguir mis sueños hasta que me obsesionan y me dejan exhausta, y cuando por fin se acercan me encuentran concentrada en otra cosa, y pasan de largo.

Nada es consistente. Nada permanece. Nadie puede querer algo eternamente, eso sólo se cree cuando se es adolescente, y la adolescencia es algo tan fugaz como todo lo demás. Como los besos, como las bofetadas o como las promesas; en el momento en que comienzan ya están empezando a desaparecer.

Así que aquí estás conmigo ahora, no soy capaz de odiarte pero has destruido una vez más mi ilusión en esta vida que construyo a partir de ilusiones rotas. Pero te tengo aquí para enfrentarme a mis fracasos, y para hablarte de todo esto. Te culpo de no haber estado cuando yo quería, ni donde yo quería, y te lo digo sin rencor alguno, después de hacer el amor y abrazada a ti en mi cama, tal y como había deseado. Tú me escuchas tranquilo, silencioso, como siempre.

Nunca me había desconcertado tanto un silencio como lo estaba haciendo ahora el tuyo. No te defiendes, no me explicas nada, donde estuviste todo el tiempo que te esperé, simplemente te limitas a permanecer  junto a mí esa noche, y también la siguiente, y todas las que completaron aquel año que acabábamos de empezar. Yo permanecía allí, con la mirada vacía, desilusionada, pero aliviada gracias a aquel cómodo acuerdo que al menos conseguía alejarme de mi soledad y controlar mis obsesiones. De momento, no importaba nada más. Todo estaba muerto, pero podía intentar cubrir el féretro con la hojarasca.

En todo aquel tiempo nunca te dejé compartir conmigo nada más que mis noches, el momento en que me visitaban todos mis fantasmas. Yo me seguía despertando cada mañana con los ojos bañados en lágrimas, y a veces te desvelaban a medianoche mis gritos cuando tenía pesadillas, pero no te importaba. En ocasiones me preguntaba si existías, o si sólo serías un ángel que mi mente había creado para no pasar las noches sola. Pero tus manos me tocaban, por la mañana te oía preparar el desayuno, y podía sentir tus pies junto a los míos cuando los tenías fríos.

Lo que apenas conseguía era oír tu voz. Nunca me contaste historias, ni me diste una frase de consuelo, ni te enfadaste ni me dirigiste una palabra de cariño. Antes sí lo hacías, antes de que te tumbaras aquel día en mi cama; reíamos juntos, íbamos al cine, tomábamos una cerveza mientras  hablábamos del trabajo, de los problemas o de los amigos que teníamos en común. Aunque en ese momento todo aquello me interesaba bastante poco.

Tampoco oí tu voz el día que te fuiste. Por la mañana te pusiste tu traje gris, te anudaste la corbata frente al espejo y empezaste a guardar en una bolsa de papel todas las cosas de aseo que tenías en la parte del armario que te dejé. También descolgaste tu ropa y recogiste algunos libros y discos que tenías en el salón. Fuiste a la cocina, preparaste café y tostadas, y me las trajiste a la cama con un beso en la frente. Después te fuiste.

Está lloviendo, se te romperá la bolsa de papel, fue lo que pensé mientras comía las tostadas. Sabía lo que había pasado, sabía que esta noche no volverías, ni la siguiente, y fue entonces cuando me di cuenta de que todo este tiempo había estado deseando que te quedaras allí conmigo. Una vez más, no estaba sincronizada con mis deseos.

Descubrir aquello me impactó tanto que me hizo quedarme sin respiración por unos segundos y salir corriendo a la calle por si aún conseguía alcanzarte. Llovía mucho, pero salí corriendo en pijama y pisando todos los charcos, en una dirección que no sabía si era la misma hacia la que tú te habrías ido. No sé durante cuánto tiempo corrí ni hasta dónde llegué, pero tú no estabas en ninguna parte, ya estabas lejos, y la gente me miraba y la lluvia me calaba hasta los huesos, sobre todo cuando volví a casa arrastrando los pies, aceptando de nuevo otra de mis derrotas.

Cuando volví a casa, me di cuenta de que habías dejado una nota en el espejo de la entrada:

“Yo también te estuve esperando”.

martes, 4 de noviembre de 2008

Playground

Esta historia está pensada para leerse con el tiempo necesario para escuchar cada canción. Pulsa el play y no dejes de leer.








Despierto desorientado, sin reconocer el lugar en que estoy, sin recordar cómo he llegado hasta allí ni qué debería hacer en el día que empieza. ¿Habré bebido demasiado? Miro a mi lado y no parece haber señales de que haya dormido con alguien. Entonces, ¿dónde estoy?

 ¿Qué edad tengo? ¿Cuál es mi nombre? ¿Qué cosas sé? ¿Qué me inquieta? ¿Me queda algo por hacer en la vida?

 ¿Quiero a alguien? ¿Alguien me estará echando de menos?

Me incorporo e intento levantarme, pero tengo los miembros entumecidos. Apenas puedo sentir mis pies. Parecen estar congelados, pero no hace frío en esta habitación. Al contrario, estoy sin camiseta y no lo había notado hasta ahora. Poco a poco mis piernas comienzan a obedecerme y las pongo en el suelo. Que soporten todo mi cuerpo será más complicado, pero lo intentaré agarrándome a la barra que hay en la pared.

Me pregunto por qué está ahí esa barra metálica horizontal que recorre toda la habitación. No parece tener otra finalidad que ayudarme a caminar. De hecho, en cuanto me agarro a ella mis pies me responden perfectamente, y puedo sostenerme y mirar a mi alrededor.

Esta habitación no tiene ninguna puerta. Frente a mí sólo veo ladrillo y esa barra metálica a la que estoy sujeto. A mis espaldas hay una ventana abierta, y a través de ella veo un paisaje que no reconozco, ni siquiera parece de mi país. ¿Por qué no consigo recordar cómo he llegado hasta aquí?

Me intento acercar a la ventana atravesando la habitación, pero al separarme de la pared me fallan las fuerzas. Así que sigo agarrando esa barra, y conforme me acerco a la ventana me doy cuenta de que no acaba ahí, sale al exterior y se adentra en el paisaje.

Me asomo por la ventana y veo que me separa una distancia enorme hasta el suelo, hay al menos unas diez plantas por debajo de mí. Está bien, parece que mientras no suelte esta barra, mi cuerpo me responderá y podré salir de aquí. Así que la agarro fuerte, cierro los ojos y me dejo caer, como al bajar en una montaña rusa. 

Llego al suelo y caigo en algo que me parece césped. Abro los ojos y estoy en una especie de columpio infantil, pero no parece tan divertido. Me rodean barras de colores, son amarillas, rojas y verdes, pero me da la impresión de que cambian de color, o de posición, porque cada vez que intento encontrar una salida por una parte, la otra se vuelve completamente diferente. 

Intento salir de esa maraña durante horas, voy avanzando a través de ese enredo, pero no parece terminar nunca, y además creo estar perdiendo el sentido de la orientación. 

Aquello no parece tener fin. Estoy muy cansado, esta situación me agota, pienso en gritar o en pedir auxilio pero me doy cuenta de que no conozco ningún idioma para hacerlo. Mis pensamientos simplemente están ahí, son totalmente viscerales. En cualquier caso, si intentara pedir ayuda tampoco sabría en qué lengua hacerlo, porque no sé dónde estoy. 

Creo que esto no tiene salida. Me rindo. Quizás es demasiado pronto para darse por vencido, pero de todos modos creo que salir de aquí no merece la pena. No sé quién soy, nadie me espera, no tengo nada por hacer, no recuerdo sentir nada por nadie. Además, mi cuerpo sólo puede responderme si estoy cerca de estas barras metálicas. 

Lo mejor será quedarse aquí. Me acurruco y siento cómo las barras metálicas se hacen cada vez más flexibles, y se uniforma su color. Ahora son todas grises, con un tono azulado, tienen un tacto agradable y desprenden una luz muy tenue, que me resulta muy agradable ahora que se estaba poniendo el sol. 

Realmente estoy a gusto aquí. Es lo único que necesito.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Empieza el viaje

Esta historia está pensada para leerse con el tiempo necesario para escuchar cada canción. Pulsa el play y no dejes de leer.


Es una sensación extraña. Estás en tu casa, pero el mundo no deja de moverse bajo tus pies. La Tierra se mueve. Se acerca y se aleja constantemente. Se renueva. Cambia. Cada vez que abres las ventanas oyes voces distintas, idiomas distintos. Ves caras distintas. Y ninguna de ellas llega a importarte, aunque te quedas observándolas por si pudieran hacerlo.

Hoy hace mucho calor. En días como éste me convierto en una especie de zombi, mirando el reloj con impaciencia, esperando que caiga el sol para poder empezar a vivir. En esta terraza me empiezan a mirar mal, llevo más de dos horas aquí sentada y sólo me he pedido un helado que, obviamente, se derritió a los quince minutos. Pero ya puedo ponerme en marcha de nuevo, son casi las siete de la tarde, y no me gusta perderme el sol a esta hora, ese sol que hace brillar la tierra. A esta hora el mundo está tan brillante que deslumbra.

Arranco el motor y pongo los Arcade Fire todo lo alto que me permite mi vergüenza, que por desgracia siempre ha sido demasiada. De todos modos, tienen el suficiente volumen para transmitirme su energía cada vez que me dirijo a un lugar nuevo, me prometen que hay algo esperándome, en alguna parte, y yo también estoy convencida, lo que no consigo adivinar es cuánto tardaré en encontrarlo.

Pero no me importa. De momento lo único que me importa es disfrutar del camino.

Aún no estoy lejos de casa, ahora voy por la misma carretera que recorrí cientos de veces para ir a verte y mis ojos se llenan de lágrimas una vez más. Intento evitarlo, hasta que me doy cuenta de que es inevitable, si quiero alejarme antes deberé mirar de cerca mis recuerdos y dejarlos allí, unidos a esa tierra. Entonces consigo que una sonrisa salga de mis labios, recuerdo la última vez que pasamos juntos por allí, nuestro último viaje, la última vez que te vi salir de casa, y todo lo que recuerdo son momentos felices, los añoro, te los agradezco y sonrío, porque sé que nunca he sido más feliz que en los años que he pasado contigo, y por suerte han sido muchos.

Deberían haber sido más, por supuesto, pero nada me dice que no puedan volver a repetirse, que no pueda volver a ser tan feliz de algún otro modo. Espero no haber perdido la capacidad de ser feliz. Sé que lo habrías querido, al fin y al cabo sólo tengo 27 años. Parecerá extraño que piense esto cuando sólo hace dos meses de tu accidente, pero ya sabes que siempre intenté solucionarlo todo con una sonrisa, y no me fue mal. No creo que te esté faltando al respeto al empezar una nueva vida tan pronto, de hecho me cuesta tanto que tengo que alejarme del lugar en que pasamos todos esos años, y tengo que escribirte porque aún sigo acostumbrada a hablarte a todas horas.

He decidido que tú vas a ser el único vínculo que conserve de mi vida anterior. Mis amigos, mis vecinos, mi familia, necesito por un tiempo alejarme de ellos. No soporto que me miren con compasión, que me llamen por teléfono y no sean capaces de decirme nada, que observen constantemente mi modo de enfrentarme a las cosas.

La verdad es que lo peor que podía pasarme en la vida era perderte. Qué absurdos son los celos. A veces tuve miedo de que te fueras con otra, pero nunca pensé en que pudieras irte sin más, sin que ni tú ni yo ni nadie más lo quisiera. No me lo esperaba, no necesitaba a nadie más que a ti, lo compartía todo contigo.

Compré este cuaderno en una tienda de souvenirs enfrente de la playa, y espero que me ayude a pasar todas las horas muertas de sol que me esperan sin echarte demasiado de menos. También me he comprado un cuadernillo para hacer sudokus, aunque están empezando a aburrirme bastante. La verdad es que lo he comprado porque sé que te gustaban.

Con el dinero que me dieron por tu indemnización me compré una caravana, y de momento con el Golf la llevo bastante bien. Estoy viajando desde hace un par de semanas y sé que allá donde vaya me verán como un bicho raro, recorriendo kilómetros sin un rumbo fijo con mi caravana en plan road movie americana. Sólo que me falta una Thelma para ser Thelma & Louise, una familia excéntrica para ser Pequeña Miss Sunshine, o un cadillac para ser icono beat.

Pero no me importa lo que piense toda esa gente, no los conozco de nada.