domingo, 12 de abril de 2009

Felicidad

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Cada vez que sueño contigo te identifico con formas diferentes. En ocasiones me hablas desde el cuerpo de un animal, desde el rostro de un desconocido, o al otro lado de una puerta que soy incapaz de abrir. Pero siempre sé que eres tú, en esa forma o en esa voz aparentemente ajenas a ti. Es extraña la identificación de las cosas en los sueños, en ese mundo en que nada es lo que aparenta, en que nada existe, nada tiene límites y todo toma la forma que queramos dentro de nuestra cabeza.

Ese día te levantas silencioso de la cama y me despiertas cogiéndome de la mano, consiguiendo a duras penas que me levante y siga tus pasos, rápidos y decididos. Entre el sueño y la velocidad a la que caminamos siento que casi estoy volando, sin que mis ojos consigan abrirse porque la luz y el viento no lo permiten, y preguntándome si aún esto es parte de mis sueños o es ya la realidad. No conozco ninguno de estos lugares, ni sé por qué me conduces a ellos si luego no nos detenemos en ninguna parte, sólo corremos y corremos sin parar, sin mediar palabra y sin cambiar de dirección. En ocasiones cuando siento tu mano, que es lo único que me une ahora mismo a ti, no me parece que tenga el cálido tacto de siempre, sino que a veces se me antoja suave como la de un animal, o áspera como la de un leñador, o pequeña como la de un niño. Pero al otro lado de esa mano estás siempre tú, sin mirarme, sólo conduciéndome por esos lugares que están poco a poco haciendo mi pijama jirones.

Te detienes de repente frente a un árbol, rodeado de un profundo surco cuya profundidad te dispones rápidamente a aumentar, cavando en la tierra con tus propias manos, de un modo tan animal que ni siquiera en mis sueños habría podido imaginar. La tierra que hay tras de ti aumenta, mientras tú te hundes cada vez más junto a ese árbol, sin quejarte por las heridas que veo que están empezando a hacer sangrar tus manos, sin mediar una palabra conmigo, y yo permanezco allí todo el tiempo esperando a que termines, sin preguntarme por qué estás haciéndolo, como si aquello fuera de lo más natural.

Para cuando estoy a punto de dejar de ver tu cabeza, oculta por la profundidad del surco, emerges y vuelves a coger mi mano, llenando las mías con tu sangre y con la tierra que has retirado de ese árbol. Bajamos de un salto y me veo rodeada de oscuridad, sólo siento el frescor y la humedad de la tierra, el tacto de tus curtidas manos y tu respiración acelerada a mi lado. Mientras me das un suave beso en el cuello mis ojos empiezan a acostumbrarse a la oscuridad, y veo que frente a mí tengo una maraña de raíces de cuyo interior surge una tenue luz. De nuevo tiras de mí y nos adentramos en ese laberinto, que resulta ser sólo una capa superficial y en su interior está hueco. Ahí hay una amplia habitación con un candil encendido, produciendo el resplandor que yo había visto desde fuera, sostenido por un águila que al vernos llegar empieza a caminar rápidamente, sin volar, adentrándose de nuevo en el otro extremo enmarañado de las raíces. La seguimos entre esos entresijos, que me hacen sentir mi piel arañada y mis pies lastimados, y llegamos a un espacio abierto, en que el águila echa a volar y la perdemos de vista rápidamente.

Estamos ahora en una enorme llanura de hierba verde, que brilla con los rayos del sol y deja ver al fondo las nevadas montañas. Ahí te detienes, me miras y sonríes, justo antes de tirarte sobre la hierba y hacerme a mí también caer. Tumbarme allí fue, para mi lastimado cuerpo, como estar en nubes de algodón, o como sumergirme en agua templada. Siento el hormigueo de mis heridas mezclado con uno de los mayores sensaciones de bienestar que había sentido en mi vida. Me di cuenta de repente de que la felicidad era eso, estar junto a ti y sentir algo tan bueno que contrarrestara cualquier mal anterior.

El tiempo pasaba, quizás fueron horas o quizás fueron días, sólo sé que vi el cielo nublarse y apagar el brillo de la hierba, vi soplar el viento y hacer llorar mis ojos, vi salir de nuevo el sol tan fuerte que me hacía deslumbrarme, vi cómo empezaba a llover y sentí como el agua sanaba mis heridas, y vi también sucederse el día y la noche varias veces, sin hacer nada, cerrando y abriendo los ojos mientras veía cómo tú también a veces los cerrabas y a veces los abrías, y cuando los abrías me mirabas.

De repente, en esa sucesión incontrolable, vi en el cielo azul que se acercaba rápidamente aquel águila que nos condujo hasta aquí, cayendo en picado y deteniéndose a mi lado, que era donde estabas tú, pero ya no estás. Si esto fuera un sueño quizás me daría cuenta de que en realidad ese animal eres tú, como tantas otras veces, pero no en este caso. El águila me mira con sus redondas pupilas sin que yo sepa interpretar lo que quiere decirme. Me mira fijamente y yo permanezco allí tumbada, inmóvil, pero de repente decido moverme porque me doy cuenta de que no sé dónde estoy, porque no tengo ninguna ropa y porque empiezo a sentir mucho frío.

Aturdida, helada y avergonzada comienzo a caminar sobre la hierba, que ahora está amarillenta y seca, y me dirijo hacia aquellas lejanas montañas, con la esperanza de encontrar algo de civilización o al menos un lugar donde resguardarme del frío. De nuevo vi que mis heridas y arañazos sangraban, a pesar de que antes me había parecido que ya no estaban, y cada paso que doy me hace sentir mis piernas cada vez más pesadas, el viento sopla cada vez más fuerte y el cielo se nubla cada vez más. Me dejo caer de rodillas en la hierba ahora áspera, agotada e incapaz de dar un paso más, llorando e intentando verte a lo lejos en alguna parte, repitiéndome a mí misma que aquello no podía estar pasando e intentando encontrar una solución o al menos coger fuerzas para seguir caminando. Levanto mi mirada y veo a lo lejos un árbol que antes no estaba allí, y de repente salgo corriendo hacia él, llena de esperanza y con energías renovadas.

Conforme me acerco, veo que este árbol está también rodeado por un profundo surco y me dejo caer sin pensarlo en su interior, pero en esta ocasión no estás allí tú, ni veo una luz en su interior, pero de nuevo me siento protegida y decido dormir un poco. Al despertar, noté que me acariciaban las orejas, como tú siempre haces, y por eso supe que aquel lobo eras tú, y se estaba abriendo paso entre aquellas raíces, construyendo un túnel largo y espacioso por el que se adentró y al que yo le seguí sin dudar.

Aquel pasadizo era largo, caminé y caminé a oscuras durante horas, sin saber si estábais tú o aquel lobo delante de mí, sin que ninguna luz me indicara que estaba próximo el final. Pero debía tenerlo, porque todas las cosas deben tener un final, a no ser que este túnel recorriera todo el planeta sin conservar ningún contacto con la superficie. De nuevo no siento ningún cansancio, y sólo me detengo al notar que choco con algo, parece ser una piedra, y cuando dirijo mi vista hacia el lugar donde lo he notado veo que hay una apertura desde la que llega alguna luz. Me asomo y no soy capaz de ver el final, podría ser un pozo sin fondo pero parece ser mi única salida, mi única esperanza de no estar eternamente dando vueltas por un pasadizo subterráneo sin principio ni fin. Además me doy cuenta de que estoy sola de nuevo, definitivamente aquel lobo había desaparecido o había sido más rápido que yo. Sin pensarlo más me dejo caer en aquel agujero desde el que viene la luz, metros de caída libre que me hacen sentir un vacío en el estómago y que hacen que me cueste respirar y no pueda abrir los ojos, hasta que caigo en algo blando y que amortigua perfectamente mi caída.

Puedo volver a respirar y a abrir los ojos. Estoy en mi cama, en nuestro dormitorio. Tú estás desnudo durmiendo a mi lado, yo también estoy desnuda y con el cuerpo lleno de arañazos. Aún siento la angustia y el vértigo que me han traído hasta aquí.

De nuevo estoy junto a ti, y siento que esto es mucho mejor que todo lo malo que había pasado.

1 comentario:

Bohemita dijo...

Dejarse llevar, no cuestionarse cada paso, tener una guía, confiar en ella, no saber, no decidir... felicidad. Superar obstáculos y descansar y sentirse satisfecho y ser feliz.
¿Siempre tiene que haber dolor para apreciar lo bueno? incluso en algunos sueños.